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Defender a nuestros hijos de las corporaciones alimentarias
La gran presión del marketing alimentario, dirigido a la infancia, tiene gran incidencia en el aumento del consumo de alimentos insanos en su dieta. La campaña Defiéndeme demanda un sistema de regulación que garantice que la población infantil únicamente pueda verse expuesta a publicidad de alimentos y bebidas saludables.
En el Estado español, alrededor de un 40 % de los pequeños tienen sobrepeso u obesidad, una cifra que solo supera la de Chipre. Entre ellos, un 19 % de los niños y las niñas, es decir, casi uno de cada cinco, sufre obesidad.
Esto supone un auténtico fracaso de las actuales políticas públicas que deberían tener como objetivo la protección del derecho a la salud de nuestros hijos e hijas.
Una de las causas que están detrás de este cifras inasumibles, por todos los efectos que en la salud presente y futura de la infancia tienen, es la enorme presión del marketing alimentario dirigido expresamente a ellos, que ha conseguido generar un ambiente irrespirable del que no se puede escapar.
La población infantil es un grupo muy interesante para las empresas anunciantes, ya que ejerce una influencia en el 43 % de las compras familiares. La industria alimentaria despliega una presión intensa sobre la población infantil. Analizando las compras realizadas por población de 4 a 12 años encontramos que un 33 % son alimentos y bebidas.
No es de extrañar, la población infantil ve una media de 95 anuncios al cabo del día, más de 34.000 anuncios al año. En el Estado español, a lo largo de un año se crean alrededor de 5.000 campañas de distintos productos cuyo objetivo es el público infantil.
Es por esto que la propia OMS está exigiendo a los estados que tomen medidas contundentes, como la prohibición de este tipo de publicidad de alimentos insanos, que en nuestro país suponen 4 de cada 5.
La administración pública sanitaria hasta la fecha no ha hecho nada, amparándose en la existencia del PAOS, un código ético de publicidad infantil, que no diferencia entre alimentos sanos e insanos, que además es de autorregulación y voluntario, para entendernos, escrito por las propias empresas de alimentación procesada. Un código que está lleno de ambigüedades, que solamente cubre un pequeño espectro de la publicidad infantil, y que contiene numerosas y evidentes vías de escape y excepciones que puede usar la industria alimentaria. Por si no fuera suficiente, además, se incumple sistemáticamente. Los resultados muestran que el código PAOS es incumplido por el 49,3 % de los anuncios de empresas adheridas a este, existiendo además un 20,7 % de anuncios cuya evaluación presentaba dudas respecto a su cumplimiento. El porcentaje se eleva a más del 70 %. Pero aún hay más. Resulta que el porcentaje de incumplimiento fue mayor entre las empresas que sí han suscrito el Código respecto a las que no. Es decir, que parece que suscribir el Código exime de cumplirlo.
Y como colofón a este enorme engaño a la ciudadanía, la supervisión del cumplimiento del código PAOS es responsabilidad de una organización privada, la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Comercial (Autocontrol), formada por medios de comunicación, industria y sus asociaciones sectoriales. Las personas que forman parte del jurado son designadas por la Junta Directiva de Autocontrol y por el Instituto Nacional de Consumo. La Junta Directiva está presidida por Campofrío Food Group, y entre sus vocales encontramos a Danone, Coca-Cola, Gallina Blanca, Kellogg’s, Nestlé o Univeler.
Estos últimos días el Gobierno ha anunciado que pondrá en marcha diferentes medidas, entre ellas el etiquetado Nutri-Score con colores, justamente con el objetivo de ayudarnos a diferenciar los perfiles nutricionales de estos productos. La pregunta es obvia, ¿aquellos alimentos etiquetados en rojo como insanos, se deben seguir publicitando entre la población infantil?
Lo que sabemos hasta ahora es que la publicidad alimentaria infantil tiene un impacto directo y enorme en el consumo de los niños y niñas, y esto genera obesidad y enfermedades derivadas. Sabemos, además, que cualquier publicidad dirigida a la población infantil se trata simplemente de una manipulación, pues ellos no pueden distinguir entre la ficción y realidad, por tanto deben de ser especialmente protegidos.
También sabemos que hasta ahora la administración pública es consciente y sabedora de estos datos y los ha asumido y decidido no hacer nada para revertirlos.
Por ello desde la campaña Defiéndeme, más de 40 organizaciones sanitarias y sociales demandamos un sistema de regulación, con rango legal apropiado, que garantice que la población infantil únicamente pueda verse expuesta a publicidad de alimentos y bebidas saludables, con un perfil nutricional acorde con las recomendaciones de los expertos. Para seleccionar los productos saludables, cuya publicidad sería permisible, se propone aplicar el perfil nutricional de la región europea de la OMS, diseñado para este fin.
Al día de hoy, el Gobierno ha anunciado la voluntad de regular la publicidad infantil, pero de nuevo apelando a la autorregulación de las empresas y a su buena voluntad. Parece que las grandes empresas alimentarias han asumido que tiene que haber algún tipo de regulación, pero, por supuesto, no quieren que sea pública, prefieren, como hasta ahora, hacer lo que mejor les parezca e inventarse sus normas y controles.
¿Se imaginan ustedes a la industria del automóvil autorregulando sus emisiones?
Veremos si el Gobierno decide proteger la salud de millones de niñas y niños de este país, o los intereses de unas pocas multinacionales.